Ha sido un tema de conversación con mucha gente durante las últimas semanas. Tanto la Sofofa como la CPC, los gremios que agrupan a los grandes empresarios de Chile, están en proceso de renovar sus directivas. Y la tensión se siente en el aire. Buscarán nuevos rostros, que refresquen y abran el debate o seguirán los de siempre.
Es que ser empresario hoy es malo. No hay nada bueno en ello. Todos los adjetivos negativos que existen en la sociedad chilena se cuelgan del concepto del empresario. Cuando se habla de lucro, de abuso, de colusión, de prácticas que atentan contra la libre competencia, de uso de información privilegiada, de pagos irregulares a campañas políticas y un laaaaaaargo etecétera.
Pero la pregunta es en qué minuto el empresario se transformó en el malo de la película. De ser el héroe del milagro económico chilensis se transformó en la encarnación del lucro, el abuso y el monopolio. ¿En qué momento se produce esa desconexión entre la visión de su mundo y el contexto de la realidad social?
Personalmente creo que el primer hito es la crisis ambiental de Celco y la planta de celulosa en Valdivia el 2004. Fue una primera alerta, un primer llamado de atención que por lo visto no todos escucharon o supieron apreciar su implicancia. La corriente dominante de pensamiento en ese momento es que se hizo un tremendo trabajo de gestión de crisis y punto. Una empresa que actuó mal y la sociedad civil organizada en defensa de los cisnes de cuello negro lograron cambiar las cosas.
Pero la pérdida de la inocencia no llega sino hasta el 2008, con el caso colusión de las farmacias y luego con el de La Polar, seguido del cartel de los pollos, las cascadas y los que vayan surgiendo. Los proyectos industriales de alta complejidad hoy pueden ser puestos en jaque por pequeños grupos organizados a través de redes sociales, a nivel local, nacional, latinoamearicano y global.
A muchos empresarios les cuesta mucho comprender esto. Desde su visión del mundo han sido empresarios exitosos que son un orgullo internacional, que dan trabajo y han ayudado a impulsar una mejora en la calidad de vida de millones de compatriotas, cómo nunca antes en la historia del país.
Humildemente, creo que se durmieron. Mientras todo marchaba bien y la economía despegaba como avión y un grupo de familias nacionales que entraron al ránking Forbes, todos los problemas y todas las flaquezas del modelo no se veían. Para que arreglar algo que no está roto. Pero faltó (Y todavía falta) audicia para ir más allá. Con tanta fortuna dando vuelta, echo de menos que se embarquen en proyectos ambiciosos de filantropía.
Por ejemplo: ¿Cómo podemos hacer un Lincoln Center en Chile? Una especie de imán que impulse la cultura y las artes en un escenario del siglo XXI, que atraiga al mejor talento del mundo y genere vanguardia y más talento que quede en el país. O porque no, hacer como Bill Gates o Warren Buffet y destinar una parte de importante de sus fortunas a solucionar grandes desafíos sociales.
Falta salir de la zona de confort. Pensar distinto y pensar en grande. Financiar escuelitas en lugares apartados o en riesgo social no es suficiente. Hay que ver las cosas de manera distinta. Hay que elegir una causa y abrazarla y llevarla hasta las últimas consecuencias. No hay desafío lo suficientemente grande que sea imposible para el empresario que quiera, de verdad, marcar una diferencia.
Es cuestión de voluntad. Por que la plata, les aseguro, existe.