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Apología de la Disculpa


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No será el primero, ni será el último. Pedir disculpas públicas cuando se ha obrado mal, cuando se es sorprendido in-nfraganti, cuando la evidencia es tan contundente, cuando ya no queda nada más que hacer.

El poder de la disculpa es innegable. Si es una acto honesto, de corazón, empático, puede ayudar a que el barco no se hunda o incluso salga a flote. Un ejemplo emblemático, y siempre usado por expertos, es el de John Kennedy, que tras pedir disculpas en cadena nacional por el desastre de la invasión de Bahía de Cochinos vio cómo su aprobación en las encuestas subió. En las culturas orientales, como la japonesa, la disculpa pública es una acto de profunda significancia, ya que es asumir públicamente una humillación y el deshonor. La imagen de los ejecutivos de Toshiba pidiendo disculpas (y que ilustra este artículo) luego de reconocer maquillajes contables por 1.600 millones de dólares, es una foto icónica.

La entrevista en El Mercurio de Eliodoro Matte, publicada hoy es una jugada pensada a la perfección. Incluso da la sensación de una calibración al extremo, con un gesto piadoso (con las manos unidas en oración) pidiendo disculpas a todo el mundo. Toooooodo el mundo, políticos, empresarios, consumidores, analistas, reguladores en Chile y el extranjero, diáconos, sacerdotes, obispos y en ciudadanos todos.

Pero la pregunta del millón de dólares es si todas estas personas le van a creer. Sin credibilidad la disculpa carece de sentido. Y en este caso, el medio para hacerlo es clave. Y aquí es donde se equivocó medio a medio. Pedir perdón es un acto emocional, no racional. Las disculpas se sienten, no se entienden. Se hacen en vivo, en un medio caliente como la radio o la televisión, donde la gente puede apreciar la honestidad de la disculpa y juzgarla libremente. La memoria es frágil, así es que un buen recordatorio son las lágrimas de Vidal tras el escándalo del choque en la Ferrari. De acuerdo o no, la gente lo perdonó.

Vidal-llorando

Una entrevista en un diario afín, controlada, mesurada en extremis, calculada hasta en el gesto de las manos, no emociona. No genera empatía. No conmueve. ¿Por qué creerle?

No hay que desconocer el acto, pero es pequeño y no suficiente. Una disculpa es un acto de grandeza y requiere valor. Mucho más que el que se necesita para una entrevista exclusiva.

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