Opinión

La Crisis Absoluta


Leyendo la entrevista de la presidenta del Colegio de Periodistas de Chile, Javiera Olivares, en El Dinamo me deja una sensación extraña. Si bien estoy de acuerdo con ella en que el sistema de medios está en crisis, no puedo entender ni comprender el análisis que hace para llegar a esa conclusión. Cómo que vive en otro planeta, en otro mundo.

Es innegable que los grandes medios en Chile están en crisis. Y también en el mundo. Pero por razones completamente distintas a las que ella cree. Lo que está haciendo Javiera Olivares es aplicar una explicación de la década de los ochenta, de los noventa. Más cercana a la lógica de los grandes medios industriales, donde los costos de los medios de producción de noticias eran extremadamente altos.

La crisis de los medios impresos no exclusiva del país, sino que es global y responde a que simplemente la tecnología de producción y consumo de noticias cambió. Hay toda una cuestión llamada Internet -que por lo visto ella parece ignorar- y que ha remecido principalmente a los medios impresos, diarios y revistas. Y ojo que en el caso nacional, esto no es nuevo, porque históricamente la circulación de medios es baja en comparación a países similares al nuestro.

El surgimiento de las redes sociales, los blogs, los medios ciudadanos, los podcast, los video en youtube y un largo etcétera, son algunos ejemplos de cómo se han ampliado las oportunidades y el pluralismo para quienes consumen medios. Mal que mal, es posible leer en formato digital todos los diarios de papel, más otras sensibilidades como El Mostrador, El Dinamo. Medios ciudadanos como el Morrocotudo, que es fácilmente el medio más importante del Norte del país. Mucho más que los medios de papel. Incluso, CIPER ha marcado un antes y un después en el periodismo de investigación en Chile, a pesar de su propiedad. O que la Universidad Alberto Hurtado haya instaurado el Premio de Periodismo de Excelencia y que uno de sus galardonados sea un medio como The Clinic con un reportaje sobre eutanasia.

El periodismo en Chile, creo yo, se encuentra en su mejor momento. Es más plural y de mejor calidad. Representa visiones de sociedad distinta, contrasta opiniones y busca fundamentos como nunca antes.

Javiera Olivares olvida también que la libertad de expresión se sustenta sobre empresas periodísticas. Es decir, negocios. Los medios al igual que cualquier otro emprendimiento, debe ser capaz de generar ingresos superiores a sus gastos y ésto es lo que está impactando a los diarios de todo el mundo. Lo que pasa con La Segunda, al borde de la desaparición por la irrupción de los medios digitales, es similar a lo que ha sucedido con el New York Times, con el Wall Street Journal, el Washington Post en Estados Unidos, o el mismísimo The Guardian en Gran Bretaña. Y si lo llevamos a revistas, lo que ha pasado con NewsWeek (que ya no publica en papel) o el declive de la revista Time es similar a las dificultades que existen en Chile para crear revistas. Copesa tampoco es la excepción.

Por lo tanto, la crisis que estamos viendo en los medios nacionales no es un hecho aislado. Es un hecho global. Y al igual que en otras partes, el periodista y la disciplina del periodismo debe reinventarse. El año pasado se vendieron en Chile más de 1,5 millones de smartphones y este año se espera que esa cifra se duplique. Es decir, el soporte para recibir la información y las noticias está en la palma de la mano de una buena mayoría de chilenos y el desafío es cómo lograr que la gente acceda a las noticias. Ya no es el alcance, el cómo hacer para llegar a la mayor audiencia posible.

Hay muchísima literatura de esto y me sorprende que no lo tome en cuenta. Hace unos años, en 2011, la revista británica The Economist -un medio conservador que es un ejemplo de buen ejercicio periodístico- publicó un especial titualdo «Back to the coffe house» sobre el futuro de los medios que hace una reflexión muy interesante mirando el futuro del periodismo, con las nuevas tecnologías y todo eso, pero entiendo que la clave está en ver y entender el pasado, 300 años atrás.

Olivares aplica un análisis basado en la concentración de la propiedad, que si bien es válido, bajo las condiciones actuales no se sostiene por ninguna parte que no exista pluralismo informativo en Chile, como mencionaba más arriba. El día que el Estado se ponga a financiar medios vamos a haber dado un paso enorme en la dirección contraria al pluralismo y la libertad de expresión. Por favor no olvdiemos nunca lo que fue la experiencia de La Nación, un medio que en más de 30 años no tuvo independencia alguna y siempre al servicio del gobierno de turno, independientemente del color político.

Lo que sí existe es fragilidad laboral o precariedad. Y en ese sentido es buena la labor. Pero eso no es nuevo. Siempre ha sido así. O nunca escuchó la frase de que el periodismo es un apostolado. Al menos a mi la dijeron en mi primer día de clases en la universidad y sabía que las cosas estaban cambiando y que se podían abrir nuevos rumbos para todos los que estudiamos periodismo y comunicaciones, más allá de las salas de redacción de los diarios y revistas.

A las nuevas generaciones de periodístas hay que impulsarlos a buscar estos nuevos rumbos. A crear sus espacios, a unirse y generar nuevos medios, a buscar espacios más allá de la redacción tradicional. Lo que no debemos hacer es seguir ideas como la del Colegio de Periodistas que busca limitar la creación de escuelas de periodismo o derechamente llamando a los jóvenes a no estudiar la disciplina.

No soy miembro del Colegio de Periodistas de Chile y nunca lo seré. Yo vivo en el siglo XXI y ellos al parecer, a mediados del siglo XX.

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Disonancia


Toda estrategia de comunicaciones que se precie de tal debe cumplir dos principios básico. El primero es tener clara cuál es la identidad de la organización o producto. Es decir, la esencia químicamente pura, las razones por las cuáles existen, cuál es su visión del mundo y cuáles son sus valores.Teniendo eso resuelto es que se puede dar el siguiente paso, que es la construcción de la narrativa. Del relato.

Cuando estos elementos se alinean de manera armoniosa, es posible gestionar la imagen, la reputación, el posicionamiento. Y si estos elementos no están alineados, lo que se generar es el opuesto de la armonía: disonancia.

Eso es lo que le pasa a la UDI. No es que no tengan un relato. Es que lo que tienen no conversa con la identidad de la organización. Y lo que puede ser más grave, tampoco tiene vasos comunicantes con el contexto. Su relato tampoco es armonioso con el contexto, o con al menos una parte importante de éste.

En siete días, la nueva generación de líderes de la UDI (que son una especie de Tea Party chilensis), jóvenes, profundamente conservadores en lo moral, profundamente doctrinarios en lo neoliberal ha entrado en sucesivos en a lo menos cuatro momentos de disonancia grave: Ha tenido que salir a contratacar con lo que tenga las vinculaciones con el financiamento de sus campañas a través del grupo Penta. No tanto porque haya un vicio en el sistema, sino porque se trata de uno de los miembros clave del partido como Carlos Alberto Délano. Luego se vio forzada a prestar apoyo al sacerdote John O’reily, el «cura de la élite» y con profundos lazos en el partido, luego de que fuera encontrado culpable de abuso infantil reiterado con una niña del colegio Cumbres. Y para cerrar la semana, se vio forzada a tener que apoyar, al menos en la forma un poco fría y distante, al ex alcalde de Providencia tras ser smoetido a proceso por su participación en hechos de violaciones a los derechos humanos durante la dictadura. Y para rematar, se opusieron abiertamente al cuento de los Dos Papás de Nicolás que el gobierno está distribuyendo en los jardines infantiles.

Cuándo el país pide más transparencia, la UDI responde con el caso PENTA. Cuando el país quiere cuidar y proteger a los niños de los abusos sexuales, la UDI le presta comprensión al cura O’Reily. Cuándo el país quiere justicia por lo que pasó durante el período más oscuro de nuestra historia, la UDI apoya a Cristián Labbé. Y Chile quiere tolerancia, igualdad y discriminación, parlamentarios de la UDI citan al ministro de Educación para qué dé explicaciones.

Y aquí es cuando el relato de la joven UDI no se alinea con la identidad, con el pasado y ser profundo e íntimo de la UDI. Esa es la disonancia. Y si no se resuelve pronto se va a quebrar.

El desafío de un proceso de cambio cómo el que proponen los nuevos miembros de la «patrulla juvenil» de la UDI es que todos los miembros del partido tienen que estar dispuestos a repensar su identidad, desde lo más profundo y creerlo y vivirlo como el día uno. Tuvieron su oportunidad de reescribir los estatutos (la identidad de todo partido político) y no lo lograron.

La disonancia es evidente. Y la fractura, inevitable.